23 de abril de 2004

CONFESIONES DE UN ROSTRO DETRÁS UNA MÁSCARA (Versión extractada)

CONFESIONES DE UN ROSTRO DETRÁS UNA MÁSCARA
(Versión extractada)

Fugo Medina y Carlos Pacheco

El Club Chufa

El Club Chufa es un movimiento literario, no un grupo de personas concretas, no es una filosofía de vida. No es una secta ni un grupo de fanáticos religiosos. Sus ideas no le pertenecen a nadie. Son, más que nada, una realidad, una señal macabra de nuestra era.

Las ideas del Club Chufa (que por cierto, su nombre, “Club” no designa asociación o cofradía, simplemente es un nombre, como “Juan” o “Pedro”) son relativas al arte, no es posible hacer moral con ellas. Lo que sí es posible es hacer una crítica a la moral de nuestras sociedades. Y esta cualidad del Club escandaliza. Por supuesto, no somos tontos ni ingenuos, ni artistas que no leen, como los artistas sonorenses: nuestras críticas y usos literarios están cubiertos por una fina pasta de buena y vasta lectura: pero ante todo, nos nutrimos de la rica tradición irónica y paródica iniciada por el Quijote de Cervantes.

En el periódico Cambio se resaltan aspectos de las ideas del Club Chufa que fuera de contexto se hacen pasar como valores negativos. Una de ellas es que “una forma de engrandecer el arte propio es destruir el arte de los demás”, lo cual sólo quiere decir que hay que criticar, alejarse, destrozar los modelos convencionales que nos han precedido en el tiempo.

Algunas personas entenderán por la palabra “acción” cosas que impliquen movimiento: levantamientos armados, guerrillas, guerras mundiales, invasiones a otros países, duelo de monstruos, etcétera. Pero no hay, pues, por qué asustarse, no vamos a matar a nadie ni a incendiar el horrible museo de la universidad.

“En el arte no hay rupturas, el lenguaje no es suficiente, y la maldad es el motor del arte y de la historia...” Es verdad. Vivimos en un mundo hostil. Ni siquiera bondadoso. Menos justo. No veo por qué, entonces no pueda tener como motor al mal, a esa fuerza irracional que mueve violenta y ciegamente los procesos históricos.

En el arte no hay rupturas: los románticos llevaron al extremo esta filosofía que combina indistintamente el arte y el mal. Baudelaire, Verlaine y, acaso, el más mortífero de todos ellos, Rimbaud y su imperativo de que “hay que desorganizar los sentidos”, son parte integral de nuestra pose ya trillada.

Los alcances del lenguaje, pobre, diminuto, incapaz de expresar nuestro pensamiento de forma transparente, encierra una carencia que Lacan ya ha señalado: estamos separados de los objetos y condenados, dramáticamente, a representarlos en el vacío que se abre entre la palabra y el objeto ausente. Y ésta es una visión violenta del ser humano.


Contra Petterson

La realidad no admite afueras ni adentros. No hay nada, una ventana, una puerta, que nos sitúe al otro lado de lo que llamamos realidad. Sí hay, en otro sentido (abstracto), un “afuera”. Los grupos marginados (como los indígenas, la comunidad gay, etc.) están situados “afuera” de la norma, pero no de la realidad. Esta norma dictada para muchos por el Papa, para otros la Biblia, por Buda, por Mahoma, Mtv, Marx y el Che, incluso por las películas de Matrix y el animé japonés.

Esta diversidad problematiza las relaciones humanas. Para cada adepto de estas autoridades morales, el que se encuentra en el extremo, “afuera” de su línea de pensamiento, de su norma, está afuera de su realidad, lo cual es un absurdo y conlleva una buena dosis de intolerancia.

Para el señor David Petterson Beltrán, ex director de Salud Mental del Estado, el Club Chufa está “fuera” de la realidad y no es un grupo positivo, como si la misión del arte fuera el optimismo irresponsable, el conformismo, y la ceguera acrítica para aceptar una sociedad corrupta y pútrida. El señor Petterson también señala que la Universidad de Sonora “debe promover más grupos con interés cultural y social que ayuden a convivir en armonía”, lo cual es muy ingenuo.

La cultura no nos hace mejores. El señor Petterson reproduce una repugnante visión positivista al colocarle etiquetas mesiánicas al arte, cuando en realidad el problema del suicidio, del crimen, de la intolerancia, de la guerra, es de todos nosotros en conjunto (y es muy fácil ver a la juventud como un problema social; tal visión prevalece en las generaciones más viejas).


Conclusión

Nuestro Club no es para nada una secta, ni una guerrilla, ni un grupo subversivo que reclute personas. No son nuestra responsabilidad los actos de terceros. Nuestras ideas circulan a la par de las imágenes de guerra en Irak, Big Brother, Friends, Yu-gi-oh!, y las vidas insulsas y aberrantes de las popstars. Esto, señores y señoras, no está afuera de la realidad, sino que está en el mismo centro de nuestro corazón. La moral falsa de los medios masivos, de las instituciones, que se escandalizan por un Club de escritores, por ideas trilladas, por críticas estéticas, por críticas frontales a lo que somos, se pone en evidencia al aceptar, implícitamente, que la literatura, la ficción, los signos, el lenguaje, tienen el poder de mostrar los gusanos que nos están devorando calladamente.

Hay cosas de verdad alarmantes: el hambre en el mundo, la guerra en Medio Oriente, el sida, el inquietante incremento de las enfermedades mentales. Pero tal parece que esto está del otro lado. Donde adentro es afuera, y afuera adentro.

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